Exégesis luego de la cerrazón

Pergeñado por Monsieur Hoffmann | Posteado in | a las 6:28

Se escondió en sí mismo y no volvió a verme. Saltó el paredón y evitó llorar, trató de pensar pero las galopantes punzadas en sus sienes lo sofocaban. Se arrepintió de haber tomado esa calle, de haber mirado a la vereda de enfrente, de haberme reconocido involuntariamente, de haber manifestado su miedo. En ese instante, se arrepintió de haber nacido.
Decidí no esperarlo, me hubiese sido fácil deshacerme de él. Sé que su pánico lo hizo mearse, más de una vez. Que la transpiración que le nacía en la frente finalizaba su vida en el cuello de la remera. No lo busqué ni lo esperé. Sé todo lo que pensó, lo que hizo y lo que se arrepintió de hacer. Sé que esperaba que yo aparezca de la nada y lo someta, pues él ya tenía preparada su excusa, sus disculpas y las pautas del trato. No hacía frío pero el ruido de sus dientes temblando enarbolaba mi ego, mi poder.
No sé que vió, pero él sabía que advertí su presencia, que me molestó y que estuvo a punto de despertar mi cólera, pero sé perdonar. Su fétido vómito me obligaba en una pulsión de nobleza a preocuparme, luego se desvanecía. Siempre detrás del paredón, procurando el más inerte silencio, se ahogaba entre su basca, sus lágrimas y su mucosidad.
Me fui. Pensando en que a veces me temo a mi mismo, a mi propia venganza, me volví un par de veces, pero nunca detuve mi marcha. La arremolinada quietud permaneció igual, quizá, más calma aún. La noche se tornó helada, y al fin, el vago murió.

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